9.01.2007

Terminó agosto. Un mes tremendamente lluvioso que he de recordar, quizá para siempre: por vez primera he estado hospitalizado, con mucha fiebre, dolor de cabeza, transpiración. El diagnóstico médico: bronconeumonía crónica, justo a los 33 años, justo cuando parecía alcanzar cierta estabilidad, justo cuando por fin pude aceptar que el amor es posible, que nos está dado... aun con todas sus complicaciones. Ahora mi casa tiene un poco más de vida; mi vida, un poco más de compañía; mi compañía... un poco más de amigos, cercanos y no tan cercanos; simples conocidos que hacen más llevadera la vida; mis latidos, un poco más de intensidad.
Y vuelve la voz a salir, a dejarse escuchar porque algo tiene qué contar, porque es probable que tenga más valor el diálogo que el silencio, aunque el diálogo quede inconcluso, aunque el silencio sea, para siempre, una forma de diálogo, un constante no decir... pero la voz tiene, cómo no decirlo, cortes convertidos en una tos que viene de muy adentro, que algo quiere expulsar...
Ha pasado frente a mí un eclipse y el Alma, entonces, vuelve sobre sí cuando las miradas se tocan, cuando la piel de su espalda se acopla a mi pecho, cuando su aroma penetra los tejidos de mi piel... cuando, sin percibirlo, sigo el ritmo de su corazón y es que, a su lado, es tan simple caminar. Aún así, a los 33 años, decía... justo en esta edad, en este instante, el alma necesita de un masaje...