3.08.2009


Poco a poco, escasamente, regresan las noches de imaginación, de dolor... A unos minutos de marzo 9 camino mis propias cicatrices que son las páginas de alguien que no tiene ocasión de engañarse acerca de sí mismo... Soledad, dolor extraño. ¿Cómo educar el dolor?...



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3.01.2009

Suelo llegar a la redacción y desde el séptimo piso contemplar por un momento los edificios del Tecnológico de Monterrey, de la Autónoma de Puebla y, desde hace unos días, las pequeñas figuras humanas que se mueven en el Complejo Cultural de la UAP. Veo mientras me decido a entrar a la jornada diaria: colocar correctamente un acento, rehacer un párrafo y hasta una nota completa, decidir la maqueta para la página del día.
...Ayer 28 de febrero llegué con escasas ganas de seguir en mi piel de editor y ávido, en cambio, de ir en busca de Angustia, de Graciliano Ramos, en traducción de Cristina Peri Rossi. Ahí en la librería de la universidad había dos ejemplares que ya no encontré; tampoco estaba ya ese precioso ejemplar de Edmond Jabés, en Trotta, ni la alta chica de piel blanca que sabe de libros e ignora de acentos.
Mas quiso Fortuna que en los estantes estuviera esperando por mí un ejemplar de La tarde del dinosaurio, de Cristina Peri Rossi, con prólogo de Julio Cortázar, una edición de Tropo Editores. La obra de esta escritora uruguaya habla por sí sola..., pero dobla su tractivo si se tiene a Cortázar invitando a pasar a las tentadoras habitaciones literarias de Peri Rossi; Cortázar ahí, en la puerta, recibiendo al lector, llevándolo a la intimidad de La tarde del dinosaurio.
Qué hacer cuando encuentras dos veces a la misma mujer, en menos de una semana, en la misma librería. Sea, navego en sus aguas.

...Una tarde de viento y frío... tarde de febrero 28 en que después de todo, debí seguir corrigiendo textos negligentes, textos de potenciales maxmordones...
...error recurrente, cíclico. Necio, sobre todo... Vamos sin renunciar al paseo en otros cuerpos, en otros ojos, en otros labios: seamos agua, tierra, viento y fuego. Por placer, de nuestros finitos momentos de felicidad hagamos océanos dadores de vida. Seamos Dios, nuestro propio Dios.