(A fuerza de mudarme// he aprendido a no pegar //los muebles en los muros, // a no clavar muy hondo, // a atornillar sólo lo justo. // He aprendido a respetar las huellas // de los viejos inquilinos (...) // Algunas manchas las heredo sin limpiarlas // entro en la nueva casa tratando de entender // es más// viendo por dónde habré de irme*)
En esta ocasión sí me duele dejar la ciudad, la casa donde he vivido apenas año y medio (y que es la paterna) y no sé de dónde viene ese dolor, esa forma de agonía... ¿acaso temor? De ser temor, ¿será como el que lleva a los adinerados a calcular rendimientos o pérdidas por trimestre? ¿En qué baúl metí las ganas de conocer otras ciudades, más allá de la nimia percepción del turista...? Ya no me convence la idea aquella de que todo regreso es también una forma de irse; no me conmueven sus lágrimas, me conmueve mi incapacidad para amar, para estar con ella; para renunciar a mi eterna partida... pero... entonces ¿por qué dudo en levar anclas y dejar que el viento hinche las velas? ¿Dónde el arrojo que otros han llamado no ser consciente?