¿Por qué la gente se deshace de sus libros?, por qué podemos encontrarlos años después, con un nombre y llenos de polvo en un anaquel, perdidos... esperando que otros ojos, que otras manos los sostengan y recorran. ¿Qué destino espera a mis propios libros cuando yo muera?... pero no son míos, digamos que son ellos los que nos eligen desde el estante, desde la librería. Son un poco como los gatos: ellos nos tienen.
Hoy por la tarde estuve en una librería de viejo en esta ciudad. Llegué buscando la edición en Cátedra de Ulises, de Joyce... y no lo encontré, pero sí me encontraron unos libros sobre fonética, sobre fonología, sobre lingüística, que en algunas de sus páginas llevan el nombre de Esther... por un momento me molestó la tinta azul sobre el amarillo de las hojas, pero ahora que los reviso en casa, creo que fue una forma de venirse en paquete, de venirse todos juntos a un nuevo hogar. La única forma que Esther encontró para mantenerlos juntos, más allá de su propia vida compartida.
Y ya están conmigo, entre mis manos... esperando mis ojos. Menuda responsabilidad... pero qué habrá sido de Esther, ¿cómo será ella?, ¿seguirá viva? ¿estará bien? ¿por qué se deshizo de sus libros? ¿tendrá alguna emergencia médica? ¿Cómo será alguien que lleva ese nombre y a quien le interesó estudiar lingüística? Los libros huelen a su casa, a su librero... huelen a encino...
¿Cómo eres Esther?...
2.24.2010
2.05.2010
Jueves 4 de febrero. Al regreso del trabajo encuentro a la noche y a la humedad instaladas en mi habitación... entraron por el balcón y decidieron esperar(me). Hoy, al menos, dormiré con su caricia, que se antoja eterna, insaciable.
La espera M., ha sido larga...: renuncio a forjar una vida, al ruido ensordecedor del latido, a vivir la esperanza, a creer en el eterno retorno. Renuncio a creer que es conveniente estar vivo y secuestrar sangre en mis venas. Hoy quiero abrirlas y liberarla, dejarla correr al sol, al viento, a la tierra... que se entere del inconveniente de estar vivo, que su fluir no siempre da placer. Algo, alguien, devora todos los días las entrañas de la Humanidad y nadie se conmueve. Nadie, Prometeo, escucha tu lamento...
M, ven... te he esperado desde el segundo en que fui parido, con un poco de humedad, en la oscuridad... ¿a dónde habrás de llevarme?
2.02.2010
Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
C. P. Cavafis. Antología poética.
Alianza Editorial, Madrid 1999.
Justo en los últimos minutos de febrero 2 me siento a escribir sobre los 35 años que han quedado atrás. Comienza mi año 36. Mi año nuevo, mi año viejo. Voy hacia Ítaca, mi viaje, mi barca...
En la imagen: Ulises, atado al mástil, escucha el canto de las sirenas (Cerámica griega)
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